Una gran cantidad de hombres y mujeres aprendemos a ser padres sobre la marcha. Nos casamos, tenemos hijos y allí empezamos a aprender. En cualquier otra profesión, nuestro empleador nos exige algunas habilidades y capacidades que por supuesto deben estar certificadas. Para ser padres no existe nada de esto. Corre por nuestra propia cuenta tratar de convertirnos en los mejores padres, sin haber realizado ningún curso para ello.
Vamos a comenzar por el principio. Cuando nuestros hijos son pequeños y aun no ha aprendido bien las normas y las reglas de la casa y de la sociedad, es necesario que los llevemos de la mano, hacer que se dejen guiar y que nos obedezcan. En esta etapa, los hijos pueden tener muchos amigos, pero solo nosotros, los padres, somos los responsables de protegerlos, orientarlos y formarlos y ellos cuentan con nosotros para ello.
Cuando
le decimos a nuestros hijos o hijas. “ten cuidado al cruzar la calle”, o “no
hagas eso”, estamos tratando de proteger sus vidas. Cada vez que le damos una
voz de alerta, le hacemos una llamada de atención, e incluso un castigo, no
solo resulta conveniente, sino que también es necesario para ayudarlos a formar
su propio criterio, para que sepan distinguir entre el bien y el mal y de ese
modo irse preparando paso a paso para andar en el mundo por si solos, sin
necesidad de ayuda.
Durante todos estos años hemos sido los héroes
de nuestros hijos, y también el símbolo de la autoridad. Ese constante estira y
encoge, tan importante para su educación, los preparan para que puedan valerse
por sí mismos y aprendan a ser unas personas responsables.
Como
resultado de todo este proceso educativo los hijos durante la adolescencia
quieren volar solos. Nosotros hicimos lo mismo. Entonces, ¿Por qué tiene que
asustarnos su comportamiento cuando nos cuestionan y no tenemos suficientes
argumentos?, ¿Por qué nos quejamos cuando quieran demostrarnos que son capaces
de tomar sus propias decisiones?, ¿Por qué nos extraña que quieran ser ellos
mismos y deseen mayor libertad?
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